sábado, febrero 10, 2007

Quién me defiende de la Defensoría del Pueblo?


¿Quién me defiende de la Defensoría?

Doctora Yolanda Falcón, representante de la Defensoría del Pueblo en Trujillo

Hace dos veranos estaba por comenzar el último ciclo de mi carrera y como el resto de mis compañeros me dispuse a buscar un lugar adecuado para realizar mis prácticas pre profesionales, requisito solicitado en la currícula para ser Bachiller, algo rutinario en toda carrera universitaria.
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Maya, una amiga alemana que vino a Perú a través de un programa de intercambio, me comentó que venía realizando prácticas en la Oficina de la Defensoría del Pueblo de Trujillo, dirigida por la doctora Yolanda Falcón. Su experiencia venía siendo interesante y enriquecedora, la habían acogido de buena manera en una institución que de antemano se supone tiene un solidario contacto con el ciudadano, no era para menos. Siempre he pensado que la Defensoría del Pueblo es un ente con alta sensibilidad social y con la suficiente capacidad para hacer respetar los derechos de la población y protegerlos ante los abusos y atropellos de los que se creen superiores, y se puede decir que lo ha venido haciendo con relativo éxito. Además es conocida su labor de apoyo incluso a las víctimas del terrorismo, al menos eso invita a pensar la serie fotográfica que colgaba en las paredes interiores de su sede en el jirón Pizarro.
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Impulsado por mi eventual altruismo y las ganas de conocer de cerca todo el circuito que conlleva esa reconfortante labor defensora me dirigí a su oficina y pregunté si podían aceptarme para realizar mis prácticas profesionales. Dos días después volví para recibir la respuesta afirmativa, realicé las gestiones en mi escuela y envié los documentos necesarios para iniciar con mucha ilusión mi labor; tras una entrevista con la doctora Falcón todo quedó prácticamente oleado y sacramentado. Fui presentado en una de las diarias reuniones matutinas al pleno del personal y la doctora manifestó ante todos que se reuniría conmigo y un periodista -quien ocasionalmente escribía artículos de opinión en el diario La Industria- que colaboraba con la Defensoría, para realizar el plan de trabajo a realizar en mis meses de trabajo ad honórem, aclaróme ésto la secretaria de la doctora y me dijo que incluya este tipo de cláusula en mi solicitud de prácticas. Tenía planeado organizar el archivo fotográfico y audiovisual, registar las actividades a realizar, crear una Oficina de Comunicación Interna con algunas facultades de Relaciones Públicas, en fin, un torrencial brainstorm inundaba mi iniciativa inicial.
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La reunión con el periodista colaborador (luego me enteré que no era periodista pero sí profesor universitario) nunca se realizó, estoy seguro que ni siquiera se organizó, y tras dos días de asistencia y poco fructífera labor en la Defensoría (en uno de los cuales apoyé en la difusión de la gestión de la Defensoría en uno de los stands de II la Feria del Libro), un abogado, cuyo nombre nunca me enteré, me dijo que me podía ir a mi casa que cuando me necesiten me llamarían. Tras sentirme como un ingenuo postulante descartado en una entrevista de trabajo con la esperanza de que lo llamen, accedí a realizar prácticas en la empresa de producción audiovisual de un amigo a quien había rechazado su oferta de prácticas pagadas por elegir mi enriquecedora y gratuita experiencia defensora. Lo que me llevó a una pregunta, pregunta que por cierto ya cumple 2do aniversario sin responder. ¿Quién me defiende del desaire de una institución a quien dice importarle el pueblo? ¿Porqué no se evitaron todo el prólogo documentario y ceremonial burocrático para al final decirme adiós sin terminar de decirme hola? Tan sólo era un estudiante de ciencias de la comunicación, un embrión de periodista. Quizá periodista es la palabra clave en esta experiencia... sólo la gente de la Defensoría lo sabe.