viernes, agosto 18, 2006

El cigarro final


El cigarrillo final
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Mientras él caminaba se dio cuenta que la humedad y el aire frío lo abrazaban. Fea compañía para un hasta luego, triste soledad para sus hombros. Mientras sus pisadas se despedían de ese encuentro vespertino, su mirada no veía nada. Un largo gris se acortaba delante de él conforme se iba acercando al paradero del adiós. Sacó el último cigarrillo y una llama incendió el aire que respiraba para encenderlo. El humo se convertía en culpa bajo su paladar, el inhalar era como tragar piedras lisas, el exhalar era llorar en silencio con lágrimas mudas. Él sólo atinó a sacarse la casaca, veinte pasos después se la volvió a poner. El último beso de Ana lo enfrió por dentro, ella nunca se apiadó del sol, lo desafió y lo venció. Él olvidó como decir auxilio, por un momento se olvidó de quien era él, de porqué estaba allí. Tras cruzar la pista se dio cuenta que ningún claxon sonó tras su paso cancino, los autos respetan con su silencio algunos lutos. Ana volvió a trabajar, él volvió a su vida, Ana soló pensó a solas, él pensaba entre la multitud de inhumanos que lo rodeaban. Quizás esta vida no le tocaba a él, quizás ese cuerpo fue secuestrado. Quizás Ana era él mismo, quizás él no era para sí mismo. Ana se abrazó a sí misma en el baño, y sabía que hacía lo correcto. Ella mirando al sur, él, al norte. Cuando estaban juntos ella le besaba el norte y él anhelaba el sur de Ana. Por mucho tiempo un hilo larguísimo los hacía sentir juntos, por alguna manera ese hilo no se rompía. Ana lo admiraba, él la idolatraba. Pero aquella tonta excusa llamada destino tenía las manos de tijera y los pies de árbol, aquellos que parecen inmóviles. Y sólo se quedaron él y Ana. Abrazados al ayer. Esperanzados en un hilo roto.