miércoles, noviembre 12, 2008

Irredento Urbanita


¡Vete a tu pueblo!
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Tiene cuatro dientes y no es un bebé. Tulia nació en algún lugar de España del que aún no me ha contado mucho. Es amiga de todos y de nadie, habla con todos pero sonríe con pocos. La primera vez que me preguntó mi nombre hizo un gesto que me hizo saber que nunca más lo recordaría. Tulia tarda diez minutos en recorrer ochenta metros caminando, sabe que nadie la espera.
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Cuentan que empujó, en defensa propia, a su marido mandándolo por las escaleras hasta hacerlo morir y el shock fue tan fuerte que nunca volvió a ser la misma. Todos quieren a Tulia, pero ella no los quiere a todos. Un día Tulia se me acercó y mientras yo, estresado, no le presté la debida atención me dijo con furia ¡Vete a tu pueblo! Yo no podía discutir con ella. Yo no podía transgredir su locura, tan respetuosa como liberadora en este caso. Opté por irme del lugar.
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No puede ser que ella Tulia sea xenófoba, antigua seguidora de Franco o aspirante de algún pegamento. Las preguntas sobrevolaban mi cabeza caliente. Dos días después le dijo la misma frase a una compañera española, con más desparpajo que a mí. Al rato ambas sonreían y se miraban pícaramente. Al pasar por mi lado me dijo hola y yo correspondí su saludo con cierta desconfianza. Me pidió ayuda para elegir una cerveza, siempre que me encontraba me pedía ayuda para coger un producto que solía estar al alcance de su mano. Luego supe que no sabía leer. Un día me regaló un encendedor con todo el cariño del mundo, como cuando una abuela obsequia algo a un nieto y dos horas más tarde me volvió a mandar a mi pueblo. Sonreí y la adoré. Siempre recuerdo sus monederos de tela, sus mil bolsas de plástico en la cartera de bordes roídos, su andar cansino y sus charlas a solas mientras camina por la acera.
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Dejé de lado su frase célebre, aquella que suelta cuando está enfadada. Pero nunca entendí porque la decía tan seguido y a tanta gente. Ahora que la veo, a través de la ventana del bar donde todos los días bebo ese aburrido café, entiendo que nadie entiende la soledad de Tulia. Nadie ha podido entrar en el pueblo de Tulia, ese pueblo donde habitaban su esposo y ella, un pueblo con jardines y alguna tormenta de verano. Quizás fue en alguna tormenta donde se nubló y en un reflejo por protegerse empujó sin querer a su marido, al menos éso quiero creer yo. La viudez es un pueblo peligroso, la viudez es un pueblo sin la mitad de sus habitantes, y en ese pueblo habitaban dos. Cuando manda a su pueblo a alguien, es porque nadie puede, aunque lo desee, entrar en el suyo. Y todos nos resignamos a marcharnos a nuestro pueblo, ése de la razón y la lógica, mientras Tulia se abandona al suyo, libre y loco pero suyo.
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valerybazan@gmail.com

Publicado el lunes, 11 de agosto de 2008 en www.noticiastrujillo.com en la columna Irredento Urbanita.